Reportaje escrito por David Veitch para el "Calgary Sun", sobre el concierto ofrecido por Roger Hodgson en la ciudad canadiense de Calgary. 

A riesgo de cometer sacrilegio, diré que Roger Hodgson guarda un parecido razonable con Jesucristo. Me di cuenta anoche, cuando subió al escenario del Teatro Palace. Su cuerpo, de 48 años, era increíblemente esbelto y largo. Su pelo castaño, con unos reflejos grises sobre la sien, llegaba hasta sus hombros y parecía ligeramente despeinado. Y su barba, muy recortada, ocultaba en parte el aspecto demacrado de su cara. La camisa blanca que llevaba por fuera del pantalón era el toque final perfecto.

Saco este tema a colación simplemente porque el cofundador de Supertramp pareció volver a nacer durante el concierto que dio en solitario y que dejó a los mil entregados fans que abarrotaban el local en estado de completo éxtasis.

Una vez dicho eso, Hodgson, que durante su época dorada en Supertramp era famoso por mantenerse en un segundo plano sobre el escenario, no pareció tener complejo de Mesías durante su actuación de más de dos horas. Estuvo hablador, cariñoso y, según dijo, “muy contento de haber vuelto a Calgary”. Y no nos dio razones para dudar de él...

Durante casi todo el concierto, Hodgson se alternó entre su guitarra acústica de doce cuerdas y un viejo órgano de iglesia, al que Hodgson llama cariñosamente “Grandma”y que compró mucho antes de convertirse en una estrella. Es el mismo instrumento que el veterano intérprete británico ha utilizado para componer muchas de sus eternas canciones. Ese órgano es una parte importante de la historia del rock y, por supuesto, Hodgson también.

Por tanto, verle tocar en un local tan íntimo fue todo un lujo. Fue algo así como ver a Peter Gabriel en un club interpretando “The lamb lies down on Broadway”, o a Steve Winwood haciendo lo propio con “John Barleycorn must die”.

Hodgson lleva quince años sin ser miembro de Supertramp, pero no rehuyó tocar las canciones que grabó con el grupo. El público no sólo reaccionó de forma calurosa ante esos temas, sino que participó en su interpretación. Se dieron pisotones durante “Sister moonshine”, cantaron el estribillo de “Breakfast in America” y pusieron los contrapuntos vocales en “Hide in your shell”. Eso es lo mejor de tocar en solitario, dijo Hodgson: “puedes escuchar la letra en tu cabeza o bien oir a todo el mundo cantarla”.

Con un numerito que habría sido imposible de llevar a cabo durante sus días en Supertramp, Hodgson invitó a un miembro del público a subir al escenario para tocar la percusión mientras él interpretaba una canción nueva con su guitarra. El invitado estuvo totalmente negado en su tarea, pero Hodgson hizo un buen trabajo y llevó la canción todo lo lejos que pudo hasta que la abortó por compasión.

Ese pequeño truco dice mucho sobre el nuevo Hodgson, que antaño era conocido por ser demasiado riguroso en cuanto a sus objetivos de alcanzar la perfección musical. Anoche, cuando las cosas no salieron bien (por ejemplo, mientras su batería novato era incapaz de seguir el ritmo o cuando los monitores se quedaron sin alimentación), Hodgson simplemente sonrió y siguió adelante. Esta es su primera gira en quince años y, lógicamente, nada va a arruinar sus ganas de divertirse.

“Ha llegado la hora de curar el dolor y hacer que el sol vuelva a salir”, cantó Hodgson en “It’s raining again”, y esa frase lo dice todo sobre su alegre actuación de anoche. Después, durante “Take the long way home”, otra de sus frases también sonó especialmente cierta: “Cuando estás sobre el escenario es increíble, cómo te adoran”.

El público le adoró. Y él estuvo increíble.