Yo también estuve en el concierto de Sant Feliu de Guixols. Había comprado entradas para mis dos hijas, sus respectivas parejas, mi marido y yo. Llevaba 65 días controlando la venta de entradas en el Servicam; cada noche anotaba cuantas entradas se había vendido aquel día. Tenía tantísimas ganas de ver a Roger en concierto, que era una manera de alargar la fiesta.

Finalmente llegó el día y cerré mi negocio a la una de mediodía, recorrimos los 200 kilómetros que nos separan de Sant Feliu y, a las 16:00, estábamos allí. Yo hubiera sido feliz si me hubiera quedado sentada en mi butaca toda la tarde pero mis acompañantes querían cenar primero. No obstante, a las 22:10, ya estábamos sentados en nuestros sitios. ¡Me sentía tan feliz!

Por fin, Roger subió al escenario y tocó los primeros acordes. El suelo tembló por las vibraciones y se nos puso la carne de gallina. ¡Fue maravilloso!

Todo iba tal como había esperado hasta que se estropeó el piano. Quizá soy demasiado sensible pero noté un cambio en el ritmo del concierto. El público estaba muy entregado pero era como si nosotros sentíamos la obligación de animar a Roger. No sé, pero, de repente, noté un cierto alejamiento por parte de él. Me di cuenta de que, inconscientemente, le estaba justificando y eso que ¡estábamos en medio del concierto!

El tiempo pasó demasiado de prisa y de pronto me encontré en camino hacia el coche. Aunque por fuera se me veía feliz, por dentro me sentía vacía. Al principio pensé que era el “anti climax” pero ahora, pensándolo bien, creo que faltó algo. Quizá, el piano y “Child of Vision”.