Crónica de la revista musical española "Popster" sobre el concierto de Supertramp en Barcelona durante su gira "An evening with Supertramp", el primero que dio en España.
Las ocho mil entradas puestas a la venta fueron agotadas en poco más de un día. Vertiginosidad tal no se recuerda ni en precedentes como el de Emerson, Lake & Palmer que tuvieron el mismo escenario del Palacio Municipal de Deportes para su debut en nuestro país.
La cuestión es que Supertramp bien pudiera haber llenado dos noches, pues una hora antes del concierto, miles de personas se agolpaban ante la entrada del pabellón intentando de un modo u otro entrar. Como siempre suele suceder en este tipo de eventos, la reventa causó estragos entre los despistados de última hora. Pese al precio abusivo no quedó ni una. Al final hubo altercados y disturbios en los que tuvo que intervenir la policía.
Salen los teloneros Milan&Bibiloni. Aplausos y silbidos. Dos jóvenes con guitarras acústicas dando un poco de marcha con sus baladas y sus temas country. No sonaban mal. Tras un bis, se retiran ante la impaciencia del público para ver a quien han venido a ver. Luz apagada y mecheros. Se corren los grandes cortinajes que ocultaban el escenario y en la oscuridad las primeras notas de “School”.
Barcelona rugió de gusto. Entra la voz de Hodgson entre un alud de aplausos y, con una milimetrada y sorprendente entrada en escena, se ilumina lentamente todo el escenario. Allí, frente a miles de personas estaban los cinco Supertramp vestidos de blanco, con su sonrisa en los labios y tocando al más alto volumen. En el crescendo del tema la pantalla se ilumina y se contempla una salida de sol, un amanecer que, combinada con la suavidad inicial de la música, logra un efecto plástico-estético insuperable. Al mismo tiempo, y mientras las luces crecen en intensidad, una sombrilla adquiere tonalidades rojizas sobre un fondo tenuemente azulado. Todas las sensaciones van incluidas en el precio de la entrada.
La reacción de la gente no puede ser más favorable. Desde el primer momento se pone en pie a bailar. Roger Hodgson se ríe y dice: “Es la primera vez que tocamos en España”. Llega el famoso solo de piano que ejecuta Davies, envolvente y de forma idéntica a la grabación de estudio. Supertramp se revela como un grupo de asombroso potencial rockero en escena, pero lo suyo es un rock sofisticado, carente de la verdadera esencia rebelde del genuino rock and roll. Al terminar el tema, ya tienen al público metido en el bolsillo.
La disposición del escenario juega con los niveles y las alturas. Sintetizadores en una tarima elevada, al igual que la batería. Un gran piano de cola a la izquierda y diversos teclados, todos de color blanco, frente al público y colocados de forma que el saxofonista puede tocar uno a la vez que el guitarrista hace lo propio con otro. En un segundo plano, una mesa de jardín con dos sillas y la famosa sombrilla que les acompaña en todas sus actuaciones y que se ilumina en tonos rojizos por el interior mientras el amarillo domina el exterior. Terriblemente efectistas, juegan con todos los medios a su alcance para provocar las reacciones favorables del público. El juego de luces es manipulado con un cuidado y con una precisión milimétrica.
El grupo va desgranando las canciones del repertorio entre aplausos. Le toca el turno a “Give a little bit” y la guitarra acústica de Hodgson provoca que el público haga suya la letra. El tema cobra ritmo y Roger para de cantar en seco para que miles de voces repiten a coro los versos de la canción. Sonríe Hodgson complacido. Supertramp sigue luciéndose con sus característicos juegos de voces. Rick Davies parece el más inmerso en su música, el más sentimental, el más profundo. Bob C. Benberg es el más oscuro, rodeado y perdido entre sus platos y timbales que golpea de forma seca y contundente, incluso brusca. No tiene un juego lo suficientemente versátil para una música llena de matices como la de Supertramp.
John Helliwell es el hombre libre del grupo, con sus saxos y clarinete. Toca algún teclado y, cuando no interviene, desaparece en la parte trasera del escenario para beber algo y secarse el sudor, reapareciendo cuando llega el siguiente momento de intervenir. Gesticula mucho haciendo señales al público. Más parece con su traje y sus gafas un intelectual o profesor de instituto que un saxofonista. El marca el devaneo jazzístico del grupo.
Los temas se van sucediendo. El grupo improvisa muy poco o casi nada. No se deja ningún detalle al azar. Poco dista el sonido del disco al que consigue elaborar Supertramp en directo. Quizá se pierden algunos matices pero nada más. Las voces suenan empastadas y, a veces, empalagosas. En otros momentos la música adquiere un tono romántico con aires revivaleros. “Bloody well right” y “Ain´t nobody but me”. Y todo adjetivo se hace pequeño cuando suenan las primeras notas de “Dreamer”. Davies cambia constantemente de teclado y lleva, junto a Hodgson, todo el peso vocal, mientras Helliwell y Thomson ayudan con algún coro.
Se dedicaron a tocar temas de los tres últimos álbumes, dejando de lado los dos anteriores. Llega el turno de “Another man´s woman” y Rick Davies se luce continuamente con el gran piano de cola. El final del tema es prolongado algo más de lo normal mientras los cinco aceleran los tiempos vertiginosamente haciendo estragos en el público. Ahora le toca a “Hide in your shell”. La luz azul domina el escenario. A continuación es “Downstream” la que llena de calma a un público que, por vez primera, para de bailar para escuchar un poco. Sigue “Sister moonshine”. Hodgson vuelve a dejar cantar al público. Después “Babaji” y “From now on”. Más luces y colores. Salen los roadies para cantar el coro final. En Supertramp todo se lo montan en plan familiar. Desde el ingeniero hasta el conductor del camión.
Roger Hodgson cambia constantemente de guitarra. En este concierto empleó una Fender “Stratocaster”, una Gibson “Les Paul”, una Rickembaker de doce cuerdas y una Fender acústica de doce cuerdas. Mientras, a su vez, Dougie Thomson utiliza un Fender “Jazz Bass”, un Rickembaker y un Fender “Precission bass”. Por su lado el batería Bob C. Benberg se rodeó de una Ludwig con caja Slingerland y platos Paiste. Rick Davies tocó el piano de cola Helpinstill, un órgano Hammond B3 con dos Leslies, un piano eléctrico Wurlitzer, un mini-Moog, además de un Elka&Harp string. Semejante equipo garantizaba una calidad de sonido que hizo destacar una de las características del grupo: la limpieza y claridad del sonido.
Con “If everyone was listening” y “Fool´s overture” vuelven a proyectarse imágenes. Desde Backingham Palace hasta Ghandi pasando por la Guerra de Biafra, Hitler y las SS, la portada de “Crisis…” y hasta los Beatles. Despedida. “Good night Barcelona, We feel happy to see you. Bye bye”. Gritos, silbidos, eoo, eoo y se hacen de rogar. Tras cinco largos minutos aparecen riéndose y tras “Two of us” Davies ataca con el piano los primeros acordes de “Crime of the century”. La pantalla se ilumina con unas playas desiertas, valles verdes, demasiados sueños embotellados. A continuación el universo en movimiento, la plenitud total. Es un viaje galáctico en el que, a lo lejos, aparecen las rejas que se acercan lentamente mientras el clímax es insuperable. Atravesamos las rejas dejándolas atrás, aislados en la plenitud entre el dolor y la calma...