Susan Pigg, del diario "Toronto Star", asistió al concierto de Supertramp en la ciudad canadiense de Toronto dentro de su gira 2011.

Su silbido perfora el aire de la noche y provoca unas cuantas sonrisas entre los otros cincuentones que se encuentran allí para vivir una velada nostálgica. “Jamás me pierdo un concierto”, dice el malvado silbador, vestido con unos vaqueros y una chaqueta Levi’s bastante gastados. “Lo único malo es que se me ha olvidado el mechero Bic”.

El escenario del Molson Amphitheatre rezuma electricidad con tantos aparatos electrónicos. Los todo-terrenos y los monovolúmenes colapsan el aparcamiento del Ontario Place. El dulce aroma de la hierba inunda las gradas del anfiteatro.

Lo único que supera en número a las cabelleras canosas son las enormes latas de cerveza canadiense. Es domingo por la noche y esta audiencia formada en su mayor parte por personas de más de 50 años se ha congregado en el santuario de Supertramp para rendir pleitesía a la banda.

No recuerdo cuál fue la última vez que asistí a un concierto. Supongo que el Festival de Barrio Sésamo no cuenta, incluso aunque El Monstruo de las Galletas me eligiera de entre el público como ‘madre invitada’ para cantar y bailar en lo que entonces era el escenario del O’Keefe Centre.

Para mi marido y para mí, con nuestros tres hijos ya crecidos y casi independizados, el concierto de Supertramp iba a ser nuestra forma de cobrarnos todo el tiempo que hemos dedicado a criarlos. Iba a ser nuestro regreso al circuito de conciertos, por decirlo de alguna manera.

Por eso fue una agradable coincidencia que, mientras nuestra hija mayor se encontraba en Tennesse disfrutando junto a 85.000 personas más de su ídolo Eminem en el legendario Festival Bonnaroo Music, su padre y yo contemplásemos a la banda cuya música bailamos en la fiesta de graduación del instituto hace 35 años.

Sin embargo, no tardamos mucho en darnos cuenta de lo oxidados que estábamos al intentar revivir nuestra juventud. Primero fue el impacto que nos produjo saber que la inconfundible voz de Supertramp, Roger Hodgson, no formaba parte de esta gira mundial por el 40º aniversario de la banda a raíz de unas viejas rencillas con el otro fundador del grupo, Rick Davies.

Después llegué a la conclusión de que necesitaría unas gafas de aumento para poder reservar las entradas del concierto, pues el mapa del anfiteatro en la página web no era mucho más grande que un sello de correos. ¿Y quién sabía si, tratándose de una banda que no ha publicado ningún éxito en varias décadas, iba a haber una gran demanda de entradas baratas a última hora?

En un momento dado, me entró tanto pánico al pensar que no íbamos a poder rememorar nuestros buenos tiempos, que llamé a mi marido para preguntarle: “¿Es mucho 134 dólares para las entradas de Supertramp?”. “En absoluto”, me dijo. Sólo más tarde me confesaría que pensaba que me refería al precio de las dos entradas juntas.

Debo admitir que el domingo recuperé un poco de mi juventud, atreviéndome a ponerme unos pantalones ajustados y unos cómodos zapatos de baile para reunirme con los viejos amigos. Pero empecé a inquietarme un poco cuando llegamos al Ontario Place. Los asistentes al concierto parecían tan… viejos.

Mirar los asientos que se habían quedado vacíos me puso triste, y ni siquiera reconocí la primera canción del concierto. Gracias a Dios, Davies, que cumplirá 67 años el mes que viene, todavía es capaz de interpretar cualquier melodía a los teclados con tanto vigor que hace que te duelan las manos. Pero yo no podía apartar la vista de las pantallas gigantes, que hacían que las marcas de su edad adquiriesen el tamaño de platos.

Me di cuenta entonces de que Supertramp es, en muchos aspectos, un extraño símbolo de la mediana edad. Su época dorada tuvo lugar hace varias décadas, y en todos estos años ha sufrido fracasos, días mejores, peleas y traiciones. Pero todavía sus miembros resisten. Cuarenta años después, tres de los cinco músicos originales han vuelto a salir de gira para revivir sus días de gloria con entusiasmo.

Sólo son necesarias una o dos canciones más para que el público se ponga de pie y estalle en aplausos. Y el momento de la verdad no tarda mucho en llegar. Un joven teclista se planta en medio del escenario. Parece serio y ligeramente cerebral. Desde luego, no tiene nada que ver con Roger Hodgson.

Jesse Siebenberg, de 35 años, canta una versión de ‘Breakfast in America’ que me hace sentir como si estuviese de nuevo en el instituto. Tal vez este no sea el Supertramp de nuestra juventud, pero es algo que se le parece mucho.

Y me parece que esa es la mejor lección para la mediana edad… Estás en las nubes si te crees que eres insustituible. Siempre habrá alguien más joven que tú que quiera y pueda ocupar tu lugar.