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Reportaje de Luis Carlos Buraya sobre el histórico y polémico concierto de Supertramp en el madrileño Campo del Gas, aparecido en la revista española "Diez Minutos".


Lo que pudo ser un gran concierto doble en Madrid con Supertramp y Chris de Burgh en escena quedó convertido en una crónica negra, en una pequeña gran batalla campal.

Ya en Barcelona hubo incidentes al quedarse fuera del Miniestadio del Barça varios miles de personas que hicieron de todo para conseguir “colarse”, pero eso no fue nada comparado con la debacle que se organizó en el madrileño Campo del Gas, más conocido ahora por los aficionados como “la cuadra” o “el aprisco”, nefasto lugar que Gay Mercader ha elegido, con toda su buena intención, para convertirlo en sede fija de los conciertos importantes en Madrid.

El “aprisco” es un solar polvoriento, lleno de baches y rodeado de cuatro tapias con los bordes sembrados de cristales. Tapias de muy baja altura que una y otra vez son saltadas por docenas de individuos que tratan a toda costa de entrar “por el morro”. Así, entre indigentes y chavales que se habían quedado sin entrada (se agotaron las doce mil “oficialmente” puestas a la venta), aquello fue un asalto constante.

Desde la calle llovían botellas de cerveza de litro, que caían sobre las cabezas del maltratado público que abarrotaba “el aprisco”. Polvo, cristales, peligro constante, carreras de los encargados del orden, batalla campal en la calle con la policía… Por fuera había otras seis o siete mil personas armando el fregado.

Y en el Campo del Gas, todo a medio gas. Porque Supertramp, lógicamente, no puede utilizar en ese solar rodeado de casas más que la mitad de su volumen. Tres semanas antes del concierto de Madrid yo les había visto en Viena, en el Estadio del Prater, sonando a la perfección y con la fuerza idónea. En Madrid sonaron nítidos, pero bajito, muy bajito… Y aún así se escuchaba perfectamente la música a dos kilómetros.

Y Chris de Burgh, lo mismo. Empezó su “show” mientras en las dos misérrimas puertecillas del acceso al “aprisco” miles de personas nos partíamos los morros durante una hora para conseguir entrar. Chris, uno de los mejores cantautores europeos de este momento, pasó casi olímpicamente desapercibido para el público de Madrid. Una triste desgracia debida exclusivamente a las miserias del lugar.

Pudo haber sido un gran concierto, un soberbio concierto, si se hubiera celebrado en otra parte. Pero en medio de la guerra nadie le sacó a Supertramp su auténtico jugo. Nadie pudo concentrarse debidamente en su pureza de sonido, en la clase de su rock casi sinfónico, elegante y bien hecho.

Entre doce y quince mil personas había abajo, tragando polvo y esquivando botellas voladoras o peleas entre indigentes colados y el “servicio de orden”. Guantazos para poder conseguir una cerveza, cansancio total después de más de tres horas de pie sin poder sentarse en otra parte que en el polvoriento y sucísimo suelo del “aprisco”, lleno, por otro lado, de piedrecitas, cristalitos, basuritas…

En resumen, el concierto español de Supertramp, dentro de esta gira mundial que es la despedida oficial de Roger Hodgson de la banda, se quedó en amago. Gran montaje, gran ambiente, gran expectación, pero nulos o escasos resultados. Gay Mercader nos explicó más tarde sus razones: no pudo coger el campo del Rayo porque no daba tiempo a desmontar el tinglado de Miguel Ríos y montar el de Supertramp, y no pudo coger el del Moscardó porque está enfadado con sus dueños por acontecimientos pasados.

Inmediatamente antes de cerrar estas líneas nos llega la noticia de la prohibición, por parte del Gobierno Civil de Madrid, del concierto de Rod Stewart en el Campo del Gas, cosa perfectamente lógica y coherente que todos estábamos esperando desde el día de Supertramp. Según un informe de la Policía, en el Campo del Gas caben “humanamente” cuatro mil personas, pero con Supertramp se metieron quince mil y con Rod Stewart iban a ser dieciocho mil.