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Crónica de Dereck Jewell sobre uno de los conciertos ofrecidos por Supertramp en la capital inglesa durante su gira "Famous Last Tour", publicada en el periódico británico "Daily Express".


Esperar a Supertramp parece haber sido todo un entretenimiento para los aficionados al rock desde tiempos inmemoriales. Tardaron seis años en dar un paso adelante hasta que apareció “Crime of the century” en 1974, y ahora han tardado otros tres años y medio en volver a salir de gira.

Y el miércoles llegaron una hora tarde al Earls Court, donde unos diecisiete mil devotos del millón que van a verles actuar a lo largo de esta gira alcanzaron el éxtasis durante su espectacular reencarnación de dos horas.

¿Ha muerto el rock pomposo? No me hagáis reir... El rock pomposo está vivo y coleando, y una entrada en la que se asegurá que actuará una banda telonera no debería ponerse a la venta si no es así. A menos que los teloneros fueran el técnico encargado de afinar el piano, que se presentó a las 20:40 h., y la poco edificante visión de otros técnicos trepando sobre el escenario.

Aún así, cuando Supertramp salió a escena, ofreció un espectáculo soberbio. Con siete músicos presentes, y con el corazón de la banda (los cantantes Rick Davies y Roger Hodgson, que está a punto de abandonar el grupo, y el saxofonista John Helliwell) en una gran forma, esos sintetizadores sinfónicos y esos temas tan fulgurantes y brillantes como “Dreamer” y “The logical song” arrasaron con todo.

El concierto estuvo acompañado por un espléndido espectáculo de fuegos artificiales, una iluminación artística y grandilocuente, y unas proyecciones rutinarias y poco inspiradas, a excepción de la repentina aparición de Churchill exclamando “¡Defenderemos nuestra isla, jamás nos rendiremos!” durante el momento más intenso de la actuación.

Esa frase fue tan brutalmente aclamada como lo fue Supertramp al final del concierto, tal vez para demostrar que el rock pomposo y el punk siguen estando tan divididos como nos dicen que lo está Inglaterra. Y es que, al fin y al cabo, igual que Margaret Thatcher, el rock pomposo sigue gobernando.