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Crónica de Joe Knapp-Fischer sobre el concierto de Supertramp en Vancouver durante la gira promocional del álbum "Even in the quietest moments".

Las entradas se habían agotado varios días antes, y la gente empezó a hacer cola a las dos y media de la tarde. Llevaban almohadones y bolsas con hamburguesas para hacer la espera más llevadera, y sobre las siete de la tarde ya formaban un grueso muro que se adentraba en la carretera y daba toda la vuelta a la manzana. El aire del atardecer era suave, y había gente que recorría la fila de principio a fin haciendo la pregunta del millón: “¿alguien vende entradas?”

Yo ya había visto antes este estadio lleno, pero nunca tanto como el pasado sábado por la noche. Los asientos estaban colapsados de personas y el suelo era una masa rugiente. Algunos apostados junto al escenario, muchos sentados formando círculos, otros arremolinados en torno a la enorme mesa de mezclas en el centro del recinto...

Por los altavoces se escuchaba el álbum ‘Breakaway’ de Gallagher y Lyle. Un par de personas protestaron alzando la voz para pedir algo de rock and roll. Un tipo ondeaba un globo gigante en el que podía leerse la palabra “fiesta”. Una chavala lo hizo explotar tocándolo con su cigarro, y ambos se rieron. Una chica pelirroja que iba en silla de ruedas observaba a los cientos de personas que había a su alrededor. Muchos miraban fijamente hacia el telón negro del escenario mientras esperaban. Eran las ocho menos diez y allí había más humo que en el infierno.

A las ocho en punto se abrió el telón y Procol Harum comenzó su actuación. Sus primeros temas fueron bastante endebles: demasiada estridencia, demasiados solos erróneos y una interpretación irregular y floja. Después se entonaron y ‘Salty dog’ estuvo afinada. Cuando el público les pidió más, volvieron para regalarnos ‘A whiter shade of pale’, que fue su mejor momento de la tarde, y ‘Conquistador’, que al menos pareció satisfacer a la audiencia por fin.

Las luces se encendieron y la multitud se movió en masa. Los que habían estado sentados se pusieron de pie y se estiraron, y los que habían estado de pie se sentaron sobre el suelo de cemento. Sobre las nueve y media llegaron, desde detrás del telón, los provocativos sonidos de instrumentos que están siendo afinados: ecos de órgano, una nota de saxofón, un golpe seco de batería. Mientras se abría el telón se oyó el lamento de la solitaria armónica que abre ‘School’, y el público se encendió al instante. Había llegado Supertramp.

Tocaron una selección buena y equilibrada de material de sus tres últimos discos, incluyendo todos los clásicos: ‘Rudy’, ‘Hide in your shell’, ‘Sister moonshine’, ‘Poor boy’, ‘Lady’ y una hiperactiva versión de ‘Dreamer’ que hizo saltar y agitarse a un montón de cuerpos.

Interpretaron varios temas del nuevo álbum, como ‘Give a little bit’, ‘From now on’ y uno de los momentos cumbre de la noche, ‘Fool’s overture’, en cuyo inicio se dejó ver una enorme pantalla que había tras el escenario y en la cual apareció una imagen del Parlamento de Londres mientras la voz de Winston Churchill se comprometía a “defender la isla, cueste lo que cueste, sin rendirse jamás”.

Después el sonido del sintetizador comenzó a entrar y salir de la cabeza del público, y las luces pasaron a formar parte de la actuación mientras el órgano entraba en escena. Muy sutil, muy logrado.

En el pasado los Supertramp fueron alabados por su talento y criticados por su tendencia a reproducir en el escenario exactamente el mismo sonido que consiguen en el estudio de grabación. La música suena exactamente igual en directo que en el vinilo: compacta, superpuesta, rica y compleja.

Y muy solemne. Su espectáculo no incluye ni un solo de batería y no pierden la compostura ni un momento. Son simplemente Supertramp tocando su “sofisti-rock”, sin apenas darse importancia. A mí me pareció perfecto. Para llenar un espectáculo de trucos baratos tendría que tratarse de una de las bandas de clase media.

Su único reclamo no musical sobre el escenario, la pantalla, tuvo un uso mínimo y con buen gusto, surtiendo un gran efecto. Cuando abordaron su bis ‘Crime of the century’ y el tartamudeo del piano condujo a la música hasta un crescendo, la pantalla se convirtió en una ventana al universo, y del vacío surgieron los famosos barrotes con las manos agarradas a ellos.

Los barrotes se hicieron cada vez más grandes hasta que llenaron la pantalla y salieron de ella, como para encerrarnos a todos nosotros, y el público se quedó durante unos instantes completamente embelesado, encarcelado en una celda llamada Supertramp. Muy dramático.

Alguien que presenció el concierto desde la parte trasera del estadio dijo que el sonido había sido terrible. Yo estuve casi delante del todo, y creo que el sonido fue de una gran calidad, especialmente tratándose de este estadio. Igual que el concierto: fue de una gran calidad, especialmente tratándose de este estadio. ¡Bravo, vagabundos!