Crónica de John Bungey sobre uno de los conciertos de Supertramp en París durante la gira "It's about time", publicada en la revista musical "Mojo".
Han transcurrido unas tres cuartas partes del concierto de Supertramp en un abarrotado Bercy Arena de París cuando un sujetador entra en escena, aterrizando a los pies de John Helliwell, el saxofonista. Helliwell, que tiene aspecto de ser el tío favorito de todo el mundo, parece momentáneamente sorprendido.
Tal vez esta es la primera vez que alguien le lanza su ropa interior a Supertramp. Mientras la música suena a su alrededor, Helliwell coge la prenda de encaje negro, la examina cuidadosamente a través de sus gafas, hace una mueca y la deposita sobre un micrófono. Así, cuando vuelve a llevarse el saxofón a los labios, puede notarse un elemento adicional en su interpretación.
Si era necesaria una evidencia del cariño con el que los franceses han acogido el retorno de Supertramp después de diez años de ausencia, la lencería que vuela podría ser la prueba. Es la segunda noche del grupo en un estadio de diecisiete mil localidades, el líder del grupo Rick Davies ha tenido que dar esquinazo a los “paparazzi” y el acontecimiento está en las noticias de la televisión: son realmente grandes.
El concierto de esta noche transcurre hábilmente entre los acordes épicos de “Crime of the century”, el pop reconfortante de “Take the long way home” y el sonido más recatado del álbum de la reunión de este año. Rick Davies lidera al grupo desde su característico piano eléctrico. También están Helliwell y el batería Bob Siebenberg de la formación clásica. Mark Hart, anteriormente en Crowded House, es el más antiguo de los otros cinco miembros del grupo.
Entre el público hay más mujeres que en un concierto habitual. La mezcla de melodía y melancolía de Supertramp siempre ha tenido un amplio alcance (no olvidemos que la Princesa Diana les nombró una vez su grupo preferido). Quienes quieran guitarras tortuosas y malas actitudes deberán buscar en otra parte. “Goodbye stranger” es una exhibición de “falsettos” (puede casi sentirse la emoción colectiva cuando el grupo entona esos coros de amígdala). “And the light”, una hermosa balada del nuevo álbum, es la señal inequívoca para que los asistentes se quemen los dedos levantando cientos de mecheros.
La cuarta parte del espectáculo procede del álbum de la reunificación compuesto por Rick Davies, titulado a modo de advertencia “Some things never change” (“Algunas cosas nunca cambian”). Pero, por supuesto, algunas cosas sí que han cambiado: varios miembros de la banda original ya no están. Así que cuando Mark Hart empieza a cantar “The logical song”, hasta el espectador con menos oído puede darse cuenta de que no suena igual que en su disco.
Son las mismas notas pero la voz es más clara que la de tonos rasgados del compositor de la canción, Roger Hodgson. El hombre cuyas melodías pop contrastaban con los temas blues de Davies a través de una colección de discos famosos ya no está en el grupo. Hodgson se opuso a una reunión en 1993, y el grupo asimila su ausencia reduciendo la interpretación de sus canciones al mínimo.
Pero hay algo más que buena música para hacer que el espectáculo funcione. El grupo de ocho miembros, con un trompetista ágil y con el hijo de Siebenberg, Jesse, a la percusión, es una unidad de destreza. La secuencia final de “Crime of the century”, acompañada por un vídeo de estrellas al fondo, crea el ambiente más poderoso que se pueda imaginar.
Sin embargo, los nostálgicos no consiguen escuchar temas como “Give a little bit”, “It’s raining again” o “Dreamer”. Y si alguien espera otra versión de la frase menos inspirada de la historia del rock and roll ("could we have kippers for breakfast, mummy dear, mummy dear") no va a ser complacido. Esta noche “Breakfast in America” no está en el menú.