La periodista Judith Timson, de la revista canadiense "MacLeans", estuvo con los miembros de Supertramp en plena efervescencia de la gira de "Breakfast in America".

 

A la puerta del Holiday Inn, en una típica tarde de bochorno en Winnipeg, tres limusinas, brillantes, negras y vacías, se detienen y sus puertas se abren de inmediato. Fuera del hotel hay tres miembros de Supertramp, que en estos momentos es una de las bandas más populares de todo el mundo. Parece que la fantasía del rock and roll está a punto de manifestarse.

Acosados por reporteros, rodeados de fotógrafos, apenas visibles entre la multitud de fans que gritan, apretados unos contra otros, agarrados por sus ropas, los tres se dirigen hacia la seguridad de las limusinas para acomodarse exhaustos en el asiento de atrás. Uno de ellos, pálido y tembloroso por una noche de libertinaje, mira fijamente a la multitud con ojos vidriosos. "Animales", murmura, "son todos unos animales".

Pero la fantasía se desinfla. Ignorando esa flota de ensueño, los tres se introducen en un sucio Chevrolet Impala. "¿Para quién son las limusinas?", pregunta en voz alta el guitarrista y vocalista Roger Hodgson. "Para los técnicos de la gira, hoy no hay autobuses", contesta uno de los representantes. Hodgson sonríe, encantado con la idea de que los "roadies" lleguen a lo grande al aeropuerto para coger el vuelo a Toronto.

Mientras el Impala se mezcla con el tráfico, el saxofonista John Anthony Helliwell, que lleva su pelo rubio hasta los hombros, usa gafas y tiene un carácter socarrón, mira por la ventanilla. "Circule", le dice al chófer, "podrían reconocerme". Señala a un viejo borracho que está tumbado junto a una parada de autobús. "Creo que aquel tipo nos ha visto". Todos los del coche nos reímos.

Cuando tienes un gran éxito, con discos de platino y conciertos abarrotados que lo demuestran, y cuando eres lo bastante inteligente como para no tomártelo muy en serio, permanecer en el anonimato puede convertirse en algo un poco difícil. Sin el encanto extravagante de los Beatles ni el magnetismo animal de los Rolling Stones, los cinco miembros del grupo podrían pasear por cualquier calle del mundo sin ser reconocidos. Rechazan la imagen, esquivan la publicidad (recientemente han dicho no a la revista “People”), y son tan indescriptibles que incluso en su propia compañía de discos, A&M, tienen problemas para reconocerles, llegando a dejarles en la puerta "como a cualquier muchacho con pinta rara que busca trabajo", según dice su representante canadiense Charly Prevost.

Pero los Supertramp no necesitan buscar trabajo. Su último álbum, "Breakfast in America", y su single "The logical song", han alcanzado desde su publicación en Marzo el número uno en las listas de Alemania, Suiza, Francia, Holanda, Noruega, Australia, Estados Unidos y Canadá. Y mientras otra estrella de A&M como Peter Frampton, que fue el ídolo del público de menos de 20 años, ha tenido que cancelar sus actuaciones en Montreal y Toronto por la pobre venta de entradas, Supertramp, que siempre ha sido un grupo muy popular en Canadá, se ha embarcado en una gira de diecisiete actuaciones en mitad del verano que ha pulverizado los registros de asistencia a espectáculos de rock en este país. Y seguirá así hasta que la gira termine en Vancouver el 11 de Agosto.

Mientras las audiencias extremistas se dirigen como autómatas hacia la música disco o celebran lo trivial con la “nueva ola”, la mayor parte del público ha apostado por escuchar a Supertramp. La primera noche del grupo en Winnipeg, siete mil personas se sentaron de forma impasible en el Convention Centre, comportándose como si cada uno de ellos dispusiera de unos auriculares imaginarios por los que oyera el concierto.

La primera actuación fue mediocre: volver a conectar con el escenario fue difícil para el grupo, después de un descanso de tres semanas para recuperarse de una agotadora gira americana de cincuenta y tres conciertos. Pero al público no le importó. Su edad media era de 17 años, llevaban vaqueros azules, camisetas, incluso pantalones de deporte. Por lo general parecían aseados, y evidentemente eran "conversos".

El grupo ejecutó su impecable "sofistirock", una cuidadosa mezcla orquestada y sinfónica de música melódica y letras que a veces son irresistibles ("la historia recuerda lo grande que puede ser la caída / mientras todo el mundo duerme, los barcos se echan a la mar") y a veces oscuras ("no eres nada más que un soñador / ¿puedes ponerte las manos en la cabeza?").

La parafernalia fue de fantasía. Un gigantesco sistema de iluminación, que incluía dos proyectores en tecnicolor, colgaba sobre el escenario, y hubo toques dramáticos (varias películas como fondo visual, incluyendo una de Churchill murmurando "nunca nos rendiremos") y divertidos (un plátano bailando, un gorila saltando, y los "trampettes", un coro formado por parte del equipo de la gira vestidos de etiqueta).

A la conclusión de un intenso espectáculo de dos horas y media, una chica rubia y delgada de la sexta fila daba saltos pidiendo más. "Son clásicos", intentaba explicar. "Son poéticos, son tan... artísticos". El talento artístico tiene mucho que ver con la claridad de sonido de Supertramp, aunque es discutible si es más arte o más triunfo de la alta tecnología. Su equipo de cincuenta toneladas, que viaja de ciudad en ciudad a bordo de cinco trailers, tiene casi personalidad por sí mismo. Cuesta cerca de un millón de dólares, es propiedad del grupo y parte de él es completamente novedoso. A través suyo, el saxo suave, los teclados blues, los tempos rítmicos y las armonías tranquilas se convierten en sonido superlativo.

Se trata de una música muy refinada, sin nada primitivo o visceral (o incluso sexual). Tal vez algo angustiosa ("sé que parece absurdo / pero por favor dime quién soy") y con una visión de los problemas de la sociedad, pero sin nada con lo que no puedas sentirte a gusto (no llegan a sacar el látigo). Supertramp es para personas a las que no les gustan las amenazas del rock and roll.

No son el típico grupo de rock. En el vuelo de Air Canada desde Winnipeg a Toronto, la escena ni siquiera podría calificarse como una versión de la Casa de los Animales del Museo Británico, y mucho menos como la típica visión horrorosa de un grupo de rock que está de gira.

La mayoría del personal (unas treinta personas entre músicos y técnicos) se sentaron juntos en clase económica, contando chistes y lanzando chorros con una pistola de agua. John Helliwell estaba leyendo tranquilamente un libro de Isaac Asimov hasta que le llamó la atención un anuncio en la contraportada sobre un libro con el dudoso título de "Aguantar toda la noche", que prometía una visión profunda del "glamour, sexo y agitación de un grupo pop en su camino hacia el éxito". No es el caso de Supertramp, que se ha ganado la fama de ser una familia, o por lo menos una institución en las giras.

La unión en el grupo procede de que en sus primeros tiempos todos sus miembros vivieron juntos en una granja de Somerset donde, con apoyo económico externo, prepararon su música. Algunos de los técnicos de la gira (uno es un graduado en Oxford) lleva con Supertramp más de cinco años, algo totalmente inusual en el transitorio negocio de la música. "Nos consideramos apartados del síndrome del rock and roll", dice uno de ellos.

Los de fuera, especialmente cualquiera que intente alterar la energía o el estatus del grupo, son firmemente combatidos. Y los de dentro están en constante alerta contra el ego: "Tenemos una expresión para quien deje que esto se le suba a la cabeza", dice Helliwell. "Le decimos 'estás empezando una época de grandeza, ¿no?'".

Desde "Crime of the century" hasta "Breakfast in America", el grupo ha atravesado un océano, y su asentamiento en California de hace dos años se ve reflejado en su música. En el enigmático tema que da nombre a "Crime of the century", se critica a los "hombres de lujuria, avaricia y gloria". Ahora, simplemente se quejan de los "lameculos de Hollywood".

Hodgson, el chico del internado, y Davies, el mozo de la fábrica, han sucumbido a la influencia americana de diferente forma. Davies, de 35 años, viste pantalones del diseñador Calvin Klein y está pensando en mudarse a Beverly Hills. Se ha casado con una neoyorquina, Sue, que se encarga del merchandasing y del club de fans del grupo, y que por tanto está tan ocupada en la gira como él. A veces ambos se alojan en un hotel distinto al del grupo. Dice Sue que les gusta vestirse bien y salir por ahí a cenar.

Hodgson, de 28 años, ha recibido una llamada más mística, se ha casado con una mujer de una comuna californiana y ha adoptado un estilo de vida que incluye meditación, comida sana y, cuando está de gira, viajar junto a su esposa Karuna (anteriormente Karen) y su hija recién nacida en una caravana. Suele hacer declaraciones espirituales como "no creo que la música salga de mí, sino que fluye a través de mí".

A lo largo de los años, tan dispares personalidades, temperamentos y creencias han dejado de ser un catalizador de la tensión creativa para convertirse simplemente en una fuente de tensión. A Davies, con barba y melancólico, se le conoce por ser sensible con mayúsculas, y también cínico. Su identificación con la clase obrera está perfectamente reflejada en su canción "Bloody well right" ("así que piensas que tus estudios son una farsa"). El punto de vista de Hodgson en "The logical song" ("cuando yo era joven parecía que la vida era maravillosa, un milagro") obtiene la misma respuesta. Llevan años sin componer juntos y ambos dudan que puedan volver a hacerlo.

La visión que Davies expresa sobre el futuro es lacónica: "Bueno, no seguiré tocando con Supertramp toda la vida. Gracias a Dios sé tocar el piano, hay mucha gente mayor que se dedica a eso". Hodgson, mientras tanto, está obsesionado con asuntos más importantes. Es incapaz de leer la prensa sin estremecerse con las tendencias autodestructivas de hombre moderno. Está convencido de que la sociedad actual se encuentra en la última fase de una gran crisis. Así que anda buscando un lugar "seguro" en el que adquirir y compartir, y pensando en acumular plata que utilizar durante la inminente depresión. "Pero habrá un renacimiento", dice con optimismo.

Hodgson piensa con tristeza que la mayoría de la música actual es "música egoísta" que ofrece muy poco. "Por supuesto, los Beatles tenían todo: música que llegaba a la cabeza, al corazón y al cuerpo. Espero que nosotros hagamos algo de eso también". Davies es bastante más pesimista. "No hay que olvidar que somos un grupo muy manufacturado", dice. "No nos veo tan grandes".

Los fans que se agolpan para verles probablemente tendrán su propia opinión sobre el impacto cultural de Supertramp. Después de todo, parecen ser más cerebrales que la mayoría de los públicos de rock. No se trata de deprimirse con la música, sino más bien de animarse con la limpieza y la perfección del sonido. Sería una ironía mayúscula si el resultado de toda esta alquimia, esta mezcla de alta tecnología y talento generoso, se quedara en un sonido tan suave que desapareciera sin dejar rastro.