Crónica del diario alemán "Weinheimer Nachrichten" sobre el concierto ofrecido por Roger Hodgson en la ciudad de Weinheim.


Roger Hodgson les recomienda a todos sus colegas músicos que se encuentran en el mejor momento de sus carreras, han compuesto canciones mundialmente famosas y por los que se pelean representantes y promotores, que desaparezcan de la circulación durante algún tiempo.

Según dice, es necesario vivir alejado de todo ello para encontrarse de nuevo a uno mismo y para seguir un camino propio. Hodgson dejó Supertramp, se dedicó a cuidar de su familia, se marchó a vivir al campo y atravesó una importante crisis personal con la rotura de sus dos muñecas. Ahora ha regresado al panorama musical.

Sube al escenario del Schlobpark pausadamente, totalmente relajado y con una sonrisa en la cara que procede de lo más profundo de su corazón. No sólo disfruta de la ovación de las 3.500 personas que le aclaman incluso antes de que siente al piano, sino también de la maravillosa noche de verano, y arranca el concierto con “Take the long way home”.

Existen formas indirectas de conseguir que la vida resulte interesante y la gente se ponga en marcha, y también existen preguntas incómodas que Hodgson se hizo cuando era un adolescente pero a las que ni sus padres ni sus profesores fueron capaces de responder.

Así que Hodgson se puso a componer canciones a partir de sus ideas y sus sentimientos, consiguiendo que su música alcanzase el corazón de quienes la escuchaban. El mejor trabajo que podía imaginarse le conduce siempre a un diálogo con sus fans y consigo mismo, y, como diría más tarde, el público alemán es increíblemente atento.

Eso se debe, sobre todo, a la voz de Hodgson, que a pesar de tener ya 60 años sigue sonando dulce y cálida, y a las melodías y los ritmos únicos de sus perfectamente estructurados grandes éxitos.

Ya sea con “Give a little bit”, con “School” o con “Breakfast in America”, el antiguo líder de Supertramp acomete cada canción de tal forma que la audiencia se emociona al escuchar las primeras notas de la misma. Hodgson les conduce a través del pasado y les proporciona sensaciones y recuerdos que agitan sus almas.

Todo lo relacionado con el alma es eterno, pero la forma en que Hodgson canta sobre el amor y sobre sus experiencias personales le dan una mayor empatía y autenticidad gracias al brillo propio de canciones como “Hide in your shell”.

Hodgson podría haber montado una banda para esta gira, pero incluso a ese respecto se mantiene fiel a sí mismo. Decidió escoger la versión íntima, acompañándose únicamente de su amigo canadiense Aaron MacDonald. Sus solos de saxofón, clarinete y flauta, así como sus potentes aportaciones a los teclados, encajan perfectamente con la guitarra y el piano de Hodgson.

Durante la segunda parte del concierto, el público muestra un comportamiento distinto. No sólo los fans que se amontonaban junto al escenario han perdido ya cualquier comedimiento, sino que con “Dreamer” Hodgson y MacDonald han estrechado aún más la distancia con ellos. Y con “Fool’s overture” volvemos hacia atrás en el tiempo, cuando bandas como Queen o Genesis acostumbraban a introducir sonidos dramáticos y operísticos en canciones pop-rock.

Ya es de noche cuando el trovador de la camisa blanca y el chaleco oscuro vuelve al escenario junto a su brillante colega para interpretar un par de bises. El Schlobpark hierve con “School” y baila al ritmo de “It’s raining again”. Aunque Roger Hodgson cante sobre la lluvia, hay algo de sol en él.