Crónica de Javier Aguiar, publicada en el diario vallisoletano "El Norte de Castilla", sobre el concierto de Roger Hodgson en el festival "Philarmagical".


El primer tema que Roger Hodgson hizo sonar en una noche previamente anunciada como mágica por el inventor del festival fue 'Take de long way home'. El largo camino a casa que para este músico incombustible es el dulce camino de sus canciones de siempre, las que lleva casi cuarenta años tocando, y que son para él, esté donde esté, su verdadero y puede que único hogar.

Mientras el alma de Supertramp comenzaba a apoderarse del auditorio, abriendo boca con 'Give a little bit', empezaban a vislumbrarse los primeros síntomas de preocupación. La Orquesta Sinfónica de Castilla y León estaba ahí, justo detrás del piano de Hodgson y de sus tres músicos acompañantes. Se les veía moverse al son que Alejandro Posada marcaba con su batuta. Pero casi no se les oía. El ritmo machacón de la batería, excesivamente amplificado, tapaba los sonidos que se intuían melodiosos a su lado.

El protagonista de la noche se mostraba seguro y seguía desgranando todos los temas que, según repite sin descanso, han marcado la banda sonora de una generación. Sus incondicionales entraban a todos los trapos: los pequeños guiños al inicio de cada canción, el niño con la guitarrita que subió al escenario. Y él, con su camisa y su pañuelo blancos, con su chaleco negro y su melena rubia, iba conquistando sus corazones.

Y que si el amor está en el viento, que si tengo un sueño y que si por momentos el dulce camino se tornaba azucarado y por momentos empalagoso, pero ahí seguía Roger, erre que erre, con sus canciones, porque sabe que son un seguro de vida y que la nostalgia acaba siempre reblandeciendo algo más que los corazones.

Y toca 'Breakfast in America' y el auditorio empieza a venirse abajo. Luego, otro de esos clásicos, 'Even in the quietest moments', solo con su guitarra y el fondo de la sección de cuerda de la OSCyL. Y con una voz todavía impresionante, casi idéntica a la de los primeros discos de su banda, allá por los primeros 70. Y obra el milagro.

Cuando parece que el primer momento de acaramelamiento está superado, que todo está controlado por el hombre de los miles de conciertos, al público, que abarrota la sala, le espera una sorpresa. Es justo con unas baladas menos conocidas de su primer disco en solitario, cuando despide momentáneamente a sus músicos y se queda a solas con la OSCyL, cuando alcanza una mayor complicidad con la orquesta y los temas empiezan a sonar como otra banda sonora, más mágica por más desconocida, por embelesante, por armoniosa, porque por fin escuchamos ese sonido de ola que se forma, crece y estalla que es el sonido de una sinfonía.

Fueron los momentos más bellos del recital. Más frescos y nuevos. Y resultó que la voz que nunca se quiebra, sólo que ya no llega tan alto, de este sesentón acompañaba a los violines y a los violonchelos, a los clarinetes y a los oboes como si hubieran estado tocando juntos toda la vida. Paradójicamente, también fue cuando la música menos se parecía a la de Supertramp.

Después, la apoteosis final empezó a verse venir. Llegó 'The logical song' y el público se puso por primera vez de pie para aplaudir. Llegó 'Dreamer' y también 'Fool's overture' y el público, ya totalmente entregado, daba palmas, reía, silbaba y coreaba todo lo que su ídolo le pedía.

La generación que tuvo en el grupo de Hodgson y Davies nacido por una oferta de trabajo en un diario de Londres la banda sonora de su vida empezó a sentir lo que sintió veinte o treinta años atrás, a volver a creerse jóvenes (¿no lo eran?) y a cantar y a bailar y a emocionarse como adolescentes.

Ya sólo quedaba la traca final. La apoteosis auténtica. Después de la protocolaria despedida, con los bises, llegó sin reservas. Primero con 'School', un tema muy en la línea del rock sinfónico que Supertramp ambicionó en su primera y menos exitosa etapa. Un tema que anoche parecía hecho para ser interpretado por los miembros de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y por la breve banda que acompaña a Hodgson, y por la todavía atiplada voz de éste, que se unieron en un explosivo final, en pleno clímax con el público.

Dos horas después de iniciar su viaje por los temas de siempre, el ya dueño del Auditorio Miguel Delibes hizo sonar 'It's raining again' y con todo el respetable en pie, saltando, cantando y llorando -esto último es un suponer- despidió una noche que había ido creciendo en intensidad. Ya nadie se acordaba de aquellos primeros edulcorados momentos.