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Crónica de Erika Urban sobre el concierto de Roger Hodgson en el festival Tollwood de Munich, publicada en el noticiero musical alemán "Der Musik Journalist".


Mucho antes de que el concierto comenzase ya empezaron a formarse largas colas delante de las puertas de acceso al festival Tollwood. Se trataba de uno de esos extraños conciertos en los que todas las localidades son de asiento, y había mucha gente que quería situarse lo más cerca posible del artista.

Por qué decidieron que el concierto volviera a ser de asiento probablemente seguirá siendo un misterio, pues, especialmente cuando se trata de Roger Hodgson, nadie necesita ni desea que sea así. Algunas personas deberían haber aprendido del error cometido la vez anterior. Así que cuando los primeros asistentes accedieron al recinto, la carrera por los mejores sitios había comenzado.

Desde entonces, la consigna del público fue esperar con paciencia durante más de una hora, protestando un par de veces cuando el concierto no comenzó a la hora prevista, las siete y media. Finalmente, sobre las ocho menos cuarto, cuatro músicos aparecieron en el escenario seguidos por la gran voz de la legendaria banda Supertramp.

Muchos temas del grupo, conocidos por jóvenes y mayores, fueron escritos por él. ‘Dreamer’, ‘It's raining again’ y ‘Give a little bit’ son sólo tres de esos clásicos imperecederos, y todavía siguen teniendo éxito más de treinta años después de su creación. Una gran parte de los asistentes al concierto ni siquiera habían nacido cuando Hodgson compuso esas y otras muchas canciones.

El escenario era muy parecido al que utilizó cuando actuó en 2010, aunque entonces tocó sólo junto al polifacético músico Aaron MacDonald. Austero y con un par de plantas a la derecha y a la izquierda. Pero esta vez le acompañaba toda una banda: Aaron MacDonald (saxos alto y tenor, flauta, armónica, clarinete, teclados y voces), Bryan Head (batería), Kevin Adamson (teclados) y David J. Carpenter (bajo).

Uno experimenta una sensación sin igual cuando la voz de Hodgson inunda la sala, y entonces te das cuenta de una cosa: no son sus fans quienes van al encuentro de Hodgson, sino que es él quien va al encuentro de sus fans. Ambas son partes de la misma cosa, y cada parte le da a la otra lo que necesita.

La noche es una entidad musical. No pasa mucho tiempo hasta que el primer espectador se pone en pie y empieza a bailar, y algunos miembros de la seguridad del festival intentan que se vuelva a sentar. Hodgson observa la situación atentamente, habla con los responsables del concierto a través de sus auriculares y le dice al público que quien quiera ponerse en pie puede hacerlo.

Desde ese momento, los asientos son tan innecesarios como en el concierto de hace tres años. Hodgson quiere tocar, y su gente quiere cantar y bailar. Ahora la entidad musical sí que es perfecta, y todo se transforma en dos horas inolvidables... Dos horas que pasan demasiado rápido, dos horas en las que Hodgson hechiza al público, dos horas que con un poco de suerte volverán a repetirse muy pronto.