Crónica de Miguel A. García Otalora sobre la actuación de Roger Hodgson en el festival Starlite de Marbella, publicada en el portal de noticias malagueño "Modernícolas".


El Starlite Festival está a otro nivel, no hay más. Es la conclusión que sacamos del primer concierto que cubrimos del ambicioso ciclo marbellí. Llegamos y, nada más salir de la zona de aparcamiento, vemos muchas personas de organización a disposición del público. Sacamos nuestras entradas y nos dirigimos hacia los autobuses —¡sí, autobuses!— que van desde la taquilla al recinto.

Una vez dentro, el caché continúa subiendo ya que, antes de acceder al auditorio en sí, pasamos por el Starlite Lounge; esto sería simplemente la terraza del auditorio de no contar con mesas de diseño desde donde los asistentes se deleitan con “pasacalles venecianos” que acaban transformándose en cabarets de pleno derecho; todo ello mientras disfrutan de una tapa con la marca El Bulli y se toman un refrigerio —desde 7,50 euros la caña—. Dicen que el paraíso existe, que sólo hay que tener dinero para pagárselo. Y esto es Marbella.

Pero, hablando de lujos, vamos a comenzar con el concierto. Mucho ha llovido desde que un millonario holandés quiso ser mecenas de una banda de rock. Muchas resacas y amaneceres han pasado desde que Rick Davies encontró a Roger Hodgson, tomaron el nombre de un ilustrado vagabundo y formaron Supertramp. También han transcurrido algunas primaveras, en concreto 29, desde que Hodgson decidiera abandonar la formación británica y comenzar su carrera en solitario.

A pesar todo, Roger Hodgson está orgulloso de su pasado y bajo su nombre en los carteles reza: “The legendary voice of Supertramp”. Él sabe quién es y lo que significa para el mundo del rock en general, y del progresivo en particular. Así que, ¿por qué no comenzar con un éxito? Aparecen puntuales y ponen un ‘Take the long way home’ encima de la mesa seguida de un ‘School’, mano ganadora sin duda. Hodgson hace recuento de las nacionalidades del público —con victoria de británicos y españoles— y nos invita a olvidarnos de los problemas durante las siguientes dos horas y media.

“Si queréis cantar, dar palmas o besar a la persona de al lado, sentíos libres” dice Roger entre risas antes de recuperar un par temas de su primer disco en solitario, ‘In the eye of the storm’. La primera es ‘In Jeopardy’, envuelta por aullidos de hienas y risas maléficas, seguida de la melosa ‘Lovers in the wind’. El piano del británico envuelve a los cientos de personas: familias, grupos de amigos, parejas, fans de Supertramp, Carmen Lomana… incluso el viento se da por aludido y comienza a soplar con inusual fuerza.

Es fascinante la cantidad de matices que pueden crear cinco personas. El sonido durante todo el show es cristalino, y cada instrumento pasa de protagonista a secundario con total naturalidad. Los responsables de las notas son Bryan Head a la batería, David J. Carpenter al bajo y Kevin Adamson a los teclados. La mano derecha de Hodgson es Aaron MacDonald, un joven mult-iinstrumentista encargado de los saxos, flautas, melódicas y muchos de los sintetizadores. Roger alterna entre el órgano, piano y guitarra de doce cuerdas.

Siguen desfilando los temas imprescindibles de ‘Breakfast in America’, ‘Crisis? What crisis?’ y ‘Famous last words’. Roger está tranquilo, ya no tiene nada que demostrar a nadie. Él se dedica a disfrutar mientras la música emana de sus poros, como las conversaciones interesantes que surgen cuando estás especialmente relajado con alguien. Tras poner a todo el auditorio en pie con ‘The logical song’ nos informa de que va a haber un pequeño descanso antes de continuar.

Cuando vuelve decide continuar con el mítico álbum de la camarera en la portada. Suena ‘Child of vision’ y las cabezas y los pies ya no pueden evitar moverse. Hodgson no hace mucho caso al set-list: “Los músicos no saben que voy a tocar, si los veis preocupados es por eso”, afirma el británico. Así que desde el piano dirige el bloque más íntimo de la noche, formado por ‘Only because of you’ y ‘Lord it is mine’. Los que han venido acompañados por su media naranja —¡o la han encontrado allí!— tienen su momento.

Es cierto que Hodgson no ha sido un autor muy prolífico tras abandonar Supertramp o que, al menos, no se ha dedicado a publicar un disco cada dos años. Pero cuando se pone le salen obras maestras como ‘Death and a zoo’, una reflexión sobre la libertad que comienza en lo melancólico y termina en lo salvaje, con el cantante tocando los tambores, mientras el casting de ‘Jumanji’ desfila por los altavoces. Le siguen ‘Don’t leave me now’ y ‘Fool’s overture’, esta última compuesta a partir de tres ideas de canción que Hodgson mezcló según nos explica él mismo.

Ahora sí, la voz de Supertramp nos anuncia la última, que no podía ser otra que ‘Dreamer’. Muchos abandonan sus sitios y se acerca al escenario a darlo todo. Al terminar, Hodgson da la mano a algunos fans y desaparece. Nos deshacemos en ovaciones y reclamamos su vuelta, aún nos quedan energías… y, por suerte, a él también. Se muestra encantado de estar en este “lugar mágico”, y no es para menos. El auditorio está construido en la Cantera de Nagüeles y se vuelve una experiencia para la vista despegar los ojos del escenario por unos momentos y observar los enormes acantilados.

Tras ‘Give a little bit’ y ‘It’s raining again’ llegan a su fin más de dos horas de sintes agudos, órganos rítmicos, bajos definidos, baterías con tanta reverb que parecen estar dentro de una piscina, y un trabajo vocal espléndido. La legendaria voz de Supertramp puede presumir de seguir teniendo, eso, la voz, cosa que no pueden hacer muchos coetáneos. Todo esto sumado a la cercanía del grupo que a diferencia de otros —sí, va por ti Pitbull— sabe que su público ha hecho un esfuerzo para venir a verlo y se merecen lo mejor. Calidad y calidez en un envoltorio de cinco estrellas. Esperamos con ansia el siguiente.