Crónica de Bart Mills sobre el concierto de Supertramp en el Wembley Empire Pool de su gira de 1977, aparecida en el periódico británico "Daily Mail".

En mi colección de discos, Supertramp está colocado entre 10cc y Pink Floyd, y ahí quedan perfectamente. Supertramp es un grupo progresivo que ha encontrado una gran audiencia internacional debido a su música inteligente.

Después de una ausencia de dos años, han vuelto a traer su inmaculado espectáculo a casa, llenando dos veces el Empire Pool de Wembley y volviendo a tocar las canciones de su mejor álbum. Lo han hecho con su música, con algunas luces y con películas sobre el telón de fondo del escenario.

Sus canciones son progresivas en el estricto sentido de la palabra. Cambios de clave y de acordes que no son meros faroles retóricos. Realmente "progresan" directamente de una fase de una canción a otra.

Su actual disco, "Even in the quietest moments", iguala en inventiva musical a sus predecesores, que tuvieron unas ventas millonarias. Todavía predominan los teclados de Rick Davies. Después de sus "percusionistas" introducciones al piano, la batería parece llegar tarde.

Davies y el guitarrista Roger Hodgson componen todas las canciones del quinteto. Sus temas parecen este año más místicos que antes. Si escribieran sobre "Susie" o "Gloria" en vez de sobre "El Señor", venderían un montón de singles y se darían a conocer un poco más.

Anoche, en algún momento antes de su segundo concierto en el Empire Pool, sin duda los perfeccionistas ingenieros de sonido de Supertramp hicieron todo lo posible por exorcizar a un diablillo que hizo de su concierto número 111 de este año (aunque el primero en Londres desde hace tiempo) un acontecimiento inusualmente defectuoso.

Este admirable grupo de cuatro británicos y un batería californiano generalmente utiliza trucos pirotécnicos para reproducir con precisión sus discos. Tuvieron un gran éxito en el Albert Hall hace tiempo.

La noche del martes, sin embargo, aunque fueron acompañados por los brillantes efectos luminosos habituales, estuvo marcada por un ambiente frío que no era sólo culpa de los elementos. De hecho, la actuación sólo empezó a cautivar al público cuando entraron en escena un mono y un gigantesco plátano.

Hubo otros momentos más agradables, como cuando el lastimoso cantar de "Lady" y "Hide in your shell" se encontró con el mejor Roger Hodgson. O con el tema final, "Fool's overture", cuando el grupo alcanzó una cohesión emocionante mientras se proyectaba un vídeo-montaje, con lo que los ocho mil asistentes tuvieron ricas sensaciones musicales. ¿Y el esperado bis? "Crime of the century", por supuesto, interpretado con la fuerza necesaria.

Gracias también al excelente Chris de Burgh en su papel de telonero, los ciento cuarenta y cinco minutos del espectáculo se pasaron muy rápidos.